La segunda jornada de las excursiones familiares al Tossal fue otro rotundo éxito. Mejor incluso que la primera. Y es que no podía ser de otra forma. Tras la experiencia de la inauguración la semana anterior, los organizadores apuntaron bien los aciertos y los errores. Y como la lista de errores se quedó vacía, pensaron cómo mejorar aún más los aciertos.
Pero empecemos por el principio. 9.30 de la mañana del sábado. Tres autobuses en la Gran Vía y más de ciento cincuenta padres y niños con ganas de comenzar un gran día. El tiempo acompañó regalando una mañana de primavera con un sol espléndido.
A las diez en punto y tras confirmar que no faltaba nadie a la cita, la expedición partió hacia Corbera, a cuyo casco urbano llegamos en poco más de media hora. Y desde allí, serpenteando entre naranjos y bancales baldíos alcanzamos la entrada del albergue de los Dominicos: el Tossal.
Por fin conocíamos ese paraje maravilloso, ese castillo inexpugnable, esa montaña mágica que tantas veces nos habían contado nuestros hijos. Allí estaban sus cabañas, los campamentos, los árboles vigía a los que trepar para espiar al enemigo en su constante empeño por invadirnos, los arcos y las espadas desperdigados por el suelo a modo de ramas rotas de los pinos. Y, cómo no, la cabaña del viejo loco, en lo alto de la montaña. Origen de mil leyendas, todas ellas ciertas, y prueba iniciática para los que descubren el Tossal por primera vez. Dicen que el viejo tiene una motosierra y que no es para podar los árboles, y que su mujer se lleva niños por la noche (solo a los que duermen en la parte de abajo de la litera). También hablan de perros, fieros como lobos y terribles como el de Baskerville.
Y todo eso estaba allí, ante nuestros ojos, en una narración entrecortada de datos y anécdotas que se desparramaban entre los árboles del bosque mientras los niños tiraban de la mano del papá o la mamá para enseñarles la siguiente cabaña y enlazar la siguiente historia.
Mientras tanto, en el cuartel general del Tossal, los monitores (gracias a todos, sois estupendos) preparaban el almuerzo coordinados por Pablo Velasco.
Y ahí es donde el inquieto Fran Miquel, el vice del APA, aplicó mejoras en su búsqueda constante de la excelencia.
Que los foráneos paninis no le resultaron suficiente la semana pasada y había que reforzar el almuerzo: pues a la apuesta segura, bocatas de embutido aderezados con alioli o con tomatito triturado con aceite y ajo. Y tortillas de patata.
Y un consejo a las familias, enormemente secundado: que cada uno traiga una cosa. E inmediatamente se desplegaron por las mesas tortillas, escalibadas, cocas de carne, frivolidades, empanadillas, pistos… y mil cosas más en una contundente demostración de las ganas que había de disfrutar del día, de colaborar y de hacer panda entre todos, que es la mejor forma de hacer colegio.
Resguardados por la sierra de Corbera a un lado, y con las huertas que se extienden hasta una mar que comenzó a vislumbrarse tras la bruma al mediodía, compartimos un almuerzo que hacía innecesaria la comida, mientras poníamos cara a los papás de los amigos de nuestros hijos y disfrutábamos de animados corrillos con otros ya conocidos, incluso con compañeros de cole y antiguos alumnos.
Alaska, Antonio Vega, Carlos Goñi, Ariel Rot también almorzaron con nosotros y es que el Tossal y el APA cuidaron hasta el último detalle.
Mientras, un grupo estupendo de monitores se encargaban de los niños y organizaban juegos para todas las edades. El de mayor éxito, sin duda, fue la tirolina, y también el rápel por la pared del albergue. Padres y madres se animaron con las cuerdas y de no ser por las hechuras, las barbas o incipientes alopecias no se les hubiera podido distinguir de los chavales.
Tiro con arco, equilibrios, la búsqueda del tesoro del Puchicolega y mil juegos más completaron la mañana hasta que a las dos y media se hizo la hora de comer.
La cocina del Tossal que no paró ni un segundo, preparó unas estupendas paellas de pollo y conejo y ensaladas para los niños. Sano y equilibrado. La organización dispuso con gran acierto que los chavales y los monitores comieran al mismo tiempo, de forma que los papás podíamos ayudar a comer a los nenes más pequeños mientras el equipo de Pablo Velasco reponía fuerzas.
La paella salió estupenda y todos los niños comieron tan bien que se ganaron el helado de postre. Luego, recogimos las mesas mientras se preparaba el otro comedor para la comida de los mayores. El ir y venir de padres y madres colaborando en todas las tareas, sirviendo platos, poniendo sillas, retirando bandejas o repartiendo helados fue constante. Gracias a todos.
Y a las tres, todos a comer. Gambas en tempura, queso curado con mermelada, ensaladas copiosas y más paella. Agua en las mesas y el vino, a buen precio, en el bar, en botellas que se compartieron como una muestra más del buen ambiente reinante.
De postre, el mismo helado que nuestros hijos. También nos lo habíamos ganado.
Cuando empezó el turno de comedor de los padres, los monitores volvieron a la carga y organizaron otra vez las actividades de los chavales para que nosotros comiéramos tranquilos.
La tarde discurrió sosegada y también soleada. Los chavales no pararon ni un segundo mientas los padres descansábamos en animadas tertulias al aire libre, paseábamos o volvíamos a enjugazarnos con la tirolina. Hubo también quien aprovechó para echar una cabezada en la pinada al arrullo del viento en la copa de los árboles y de los pájaros.
Las mesas de las tertulias iban moviéndose acompañando al sol y más de uno se llevó un incipiente e interesante bronceado.
Hubo café, hubo copas y hubo hasta quien aportó puros, como en la mejor boda, para disfrutar de la sobremesa.
Y cuando aún no habíamos olvidado del todo la paella, y ni siquiera los atrevidos bocadillos del almuerzo, ¡llegó la merienda!
Velasco dispuso en las soleadas mesas, botellas de horchata y cajas de cartón repletas de fartons. Cuántos; los que quisieras. Aún sobraron.
Todo fue abundante, casi redundante; todo estaba bueno y el ambiente lo mejoraba aún más.
Y a las siete se tocó retreta. Esta fue otra de las mejoras, una hora más de disfrute. La correspondiente foto de familia y a los autobuses. Y que conste que nadie se quería ir, tan sólo se vislumbró cierto alivio lógico en el rostro de los monitores. Qué tíos más grandes. No desfallecieron ni un segundo, siempre amables y cariñosos con los niños y con los mayores.
Surgieron muchas propuestas que no hicieron sino demostrar que la actividad gusta y que los padres tienen ganas de hacer colegio y de hacer APA.
Algunas ya están claras. El año que viene serán cuatro días y no dos, para que nadie se quede fuera. Y quizás, si el calendario lo permite, se pueda mover la fecha para disfrutar de otro aliciente aún inédito del Tossal: su piscina y sus paelleros. Todo se andará.
Los niños disfrutaron, pero creo que los papás y mamás lo hicimos aún más. Entramos de lleno en el territorio de las aventuras de nuestros hijos, pusimos la silueta a la montaña mágica de Corbera, participamos un poquito de sus sueños. ¡Qué gran día!
A las ocho, los autobuses nos devolvieron a la Gran Vía con el inventario de recuerdos a rebosar, y la sonrisa de oreja a oreja en la cara de los chiquillos. ¿Qué más se puede perdir? Bueno, una cosa sí: que se repita.
Gracias Tossal, gracias Velasco, y muchas gracias APA.
Texto: Toni Ramos
Vídeos El Tossal (08/04/17)
Aquí os dejamos una buena colección de fotografías de las que os podéis guardar las que queráis ya que están en una calidad decente. Si hay alguien que hizo fotografías y quiere que las añadamos al album, sólo tiene que enviar un Wetransfer con las fotos a la cuenta de correo dominicosapa@dominicoscoval.org
Maria dice
Muchas gracias al Apa por la organización y por juntarnos para disfrutar del Tossal todos juntos padres e hijos. Pasamos un día muy divertido!!
Vir dice
Un gran día. Gracias al APA por estas iniciativas. Niños y papis disfrutamos un montón.